La muerte de la identidad

La muerte de la identidad: Búsqueda, encuentro y destrucción a partir de la imagen es un ensayo autoetnográfico donde reflexiono sobre el concepto de identidad y el poder que alberga el hecho de definirnos de una manera u otra. Este planteamiento surgió como una necesidad de expresar todas las ideas y reflexiones que me surgieron en diferentes etapas de mi vida. Este proceso fue una búsqueda previa, un encuentro con lecturas que me ayudaron con todo el análisis y, finalmente, una destrucción de conceptos asumidos. De ahí nace el subtítulo del libro. El título, por otra parte, se inspira en la teoría de Roland Barthes sobre “La muerte del autor”. Del mismo modo que Barthes busca matar al autor, yo pretendo “matar” la identidad.

El libro gira en torno a la pregunta ¿quién soy? La filósofa Teresa de Lauretis comienza una de sus conferencias preguntándose esto mismo y responde: “Depende de a quién le preguntes, te dirá una cosa u otra”. Intentando responder su pregunta, descubrí que nombrarnos de una forma específica conlleva un poder y unos privilegios. En el libro, pretendo deconstruir estas identidades básicas —como son el sexo, el género, la orientación y la raza— y cuestionar así la figura privilegiada del hombre cishetero blanco de clase media, ya que, cuando tu identidad no genera ningún problema en tu vida, no se examina ni se deconstruye, sino que simplemente se asume, como un traje de seda mojado que se adhiere a la piel. Llevando este análisis a un ámbito personal, reflexiono sobre mis propias experiencias de vida, mi mirada como fotógrafo y mi posición en la sociedad, con el objetivo de llegar a una auto(de)construcción de mí mismo.

Decía Mitchell en su libro Teoría de la imagen: “La imagen es un instrumento para el autoconocimiento, una especie de espejo para el espectador o una pantalla para la autoproyección”. Como fotógrafo, no puedo ignorar esto, ya que la fotografía materializa nuestra manera de mirar al exterior, y esa mirada es una proyección de nuestro interior. Observar nuestras propias imágenes es una forma de reflexionar sobre nosotros mismos, porque la mirada crea una representación: cómo veo el mundo es, a su vez, cómo me posiciono en él.

Por otro lado, la teoría del “Estadio del espejo” de Lacan también aporta una perspectiva relevante. Según Lacan, el ego se forma cuando un bebé reconoce que la imagen reflejada en el espejo es él mismo. Antes de ese momento, el bebé percibe su cuerpo como fragmentado. El espejo une esos fragmentos y da lugar a un “yo”. Esto me hace preguntarme: ¿qué pasaría si no existieran los espejos ni superficies reflejantes? ¿Si no hubiera ninguna imagen que nos representara? ¿Si no pudiéramos vernos desde la perspectiva del “otro”? ¿Si viviéramos en un mundo “ciego”? La imagen que tenemos de nosotros mismos sería diferente, porque lo importante, en última instancia, es cómo nos mostramos al exterior, la mirada del “otro” y cómo somos percibidos. Esta percepción nace de los significados que damos a las cosas. Dichos significados se crean en sociedad y, dado que vivimos en una sociedad patriarcal donde el hombre cishetero blanco es dominante, toda identidad que no sea esta resulta subversiva.

La artista Myra Green reflexiona sobre esto, pero desde la perspectiva racial, y se pregunta: “¿Qué ven los demás al verme? ¿Sólo soy una negra? ¿Es eso lo único que puedo ser?”. Yo me pregunto: ¿qué significa ser negro? ¿Qué es la negritud? ¿Quién la creó? ¿Por qué un color de piel tiene una connotación tan peyorativa?

Estas mismas preguntas pueden aplicarse a otros aspectos de la identidad, como el género o la sexualidad. El filósofo Paul Preciado dice que existe una programación: un individuo = un cuerpo = un sexo = un género = una sexualidad. Todo lo que se salga de esta norma desciende en la escala jerárquica. Al igual que las cuestiones que me planteo con Myra Green, me pregunto: ¿qué significa ser hombre o mujer? ¿Puede un sexo, un género o una sexualidad hablar de nosotros como individuos, o simplemente esa identidad que asumimos es necesaria para que el otro nos sitúe en su escala jerárquica?

Dicho esto, parece que la única solución es acabar con la idea de identidad, pero cuando hablo de destruir la identidad no me refiero a no tenerla, sino a reflexionar sobre su significado: qué significan realmente las palabras que usamos para definirnos, por qué unas se dicen y otras no, y por qué las asumimos sin reflexionarlas. Destruir la identidad implica hacer una re-de-construcción, ser conscientes de la gran teatralidad en la que vivimos. Todo es frágil, como un espejismo. Es un juego, y de nosotros depende jugar con ello o ser devorados.

Esta reflexión me llevó al ensayo visual, que, lejos de ilustrar el ensayo teórico, es una consecuencia de él. En este capítulo final, intento indagar en el paralelismo entre la fotografía y el cuerpo, utilizando mi cuerpo como la única imagen que puedo mostrar de mí mismo. Yo no soy esta fotografía, tampoco soy este cuerpo que habito, pero ambos me representan y hablan sobre mí. A través de la fotografía, realizo una búsqueda personal de mi propia imagen.

Comienzo explorando fotografías de archivo de mi infancia, estableciendo un recorrido temporal. En estas imágenes aparezco junto a mi hermano mellizo, ambos vestidos de manera idéntica, lo que dificulta reconocerme. Esto me llevó a reflexionar sobre la individualización y la importancia de la imagen. De este modo, comienzo a indagar sobre mi rostro y la mirada en el espejo, remitiéndome a la teoría del “Estadio del espejo” de Lacan. A partir de ahí, comencé a fragmentar el cuerpo.

Esta fragmentación me llevó a reflexionar sobre la mirada del otro, sobre las perspectivas externas que tienen de mí y la idea de que existen tantos “yoes” como miradas que me observan. Así surgieron las imágenes sobreexpuestas, creando un nuevo “cuerpo”. Posteriormente, reflexioné sobre la influencia de la cultura y la sociedad que me rodean, cómo estas también nos moldean y generan una identidad en nosotros. Así surgieron las imágenes en las que me diluyo en la naturaleza, haciendo referencia a lo exterior, y otras que retratan mi casa, mi habitación, mi espacio íntimo, representando mi interior. La última imagen, apenas perceptible, muestra mi rostro diluyéndose en el negro, en la nada o en el todo, simbolizando la destrucción de mi propia imagen.

En definitiva, este ensayo busca explorar la construcción de la identidad y reflexionar sobre cómo la definimos en función de categorizaciones hegemónicas. A través de la búsqueda y la destrucción, exploro el cuerpo y la imagen, concluyendo que quiero despojarme de toda construcción, recorrer el cuerpo, encontrarme con él, sumergirme en él, nadar en su interior. Quiero ver a través de él.

Por último, decidí que el libro tuviera un formato de bolsillo, económico y accesible. No quise crear un objeto de contemplación, sino un libro que invite al lector a subrayar, doblar, releer y marcar. La importancia no radica en el acabado visual de las imágenes, sino en el concepto que las une con el texto. En definitiva, es un libro pensado para que cada lector lo utilice como desee y llegue a sus propias conclusiones.

Alan Balzac

Me interesé por el arte tangible, con olor. El químico de la fotografía analógica y su imprevisibilidad. El pigmento de las pinturas y su presencia. El olor de las palabras al convertirlas en papel. Tocar el arte fue la vía de escape a la abstracción del pensamiento.

https://www.alanbalzac.com
Anterior
Anterior

Harman lanza su nueva “RED 125” y nosotros la analizamos.

Siguiente
Siguiente

Invirtiendo las fotos del Birrawalk 2024 con Disparafilm Darkroom